La vida fluye
con experiencias hacia nosotros permanentemente, es lo que la vida es, y lo que
nos deja es una vivencia. Si la recibimos con apertura y un sí, es un tipo de
experiencia, pero a veces tenemos a sentir resistencia a aceptar cualquier cosa
que esté fuera de nuestras estructuras.
Discriminamos en contra de lo
desconocido, en contra de aquello con lo que no nos identificamos, que no
corresponde a nuestra teología, nuestras ideas. Para poder definirnos a
nosotros mismos como individuos, debemos tener una personalidad.
Dentro de
esta personalidad estructuramos sistemas de creencias, pero en cuanto
comenzamos a identificarnos con ellos, sentimos que tenemos que defenderlos,
porque ahora definen quienes somos.
A medida que nos convertimos en
amor-conciencia, nos damos cuenta que nuestros sistemas de creencias son
simplemente ideas que hemos cultivado a lo largo de nuestras vidas. Empezamos a
abarcar nuevas perspectivas con una mente ahora más abierta en lugar de un
rechazo automático.
Cuando nos transformamos en amor, encarnamos todo.
Cuando nos limitamos a nuestra personalidad y a los sistemas de creencias, no
hay lugar en nuestras estructuras para nada más. ¿Cuántas de nuestras opiniones
son realmente nuestras?
En realidad muy pocas de nuestras convicciones vienen
de nuestra experiencia directa, la mayoría son adoptados de nuestras familias y
la sociedad en general. Lo que es correcto en una parte del mundo puede ser
considerado malo en otra.
Lo que una generación rechaza, otra puede integrar.
Tener varias esposas en algunas culturas es ilegal, mientras que en otras es un
símbolo de riqueza. El hecho de que una opinión sea generalizada no significa
que sea válida, por ejemplo cuando todos pensaban que el sol giraba alrededor
de la Tierra.
Si lo buscas, podrás encontrar validación para casi cualquier
opinión que tengas.