Es posible que algo nos falte, algo que anhelamos muchísimo o que
necesitamos para nuestro equilibrio o bienestar.
Esto es natural y nos
sucede a todos, pero muchas veces la idea de que necesitamos algo que no
tenemos en este momento es la raíz de nuestro descontento. Aquí, al
identificarnos con esta idea, sea por el motivo que sea - comparación por
belleza, estatus, edad, género, éxito, etc. - se agrega el sufrir y padecer
esta situación, y esto trasciende la necesidad, la magnífica. Esto, con
seguridad, va acompañado del lamento o la queja y la energía será drenada y
dirigida a aumentar esta percepción, en lugar de ser usada al servicio de la
creación.
Nunca estamos completamente
satisfechos con este momento. Incluso cuando tenemos todo lo que hemos querido
siempre, sentimos que nos falta algo. ¿Por qué? Porque en el fondo, nos
sentimos carentes, sentimos que necesitamos algo más. Nos hemos acostumbrado
tanto a esperar por ese algo que nada nos es suficiente. El hábito de sentirnos
insatisfechos se ha convertido en algo universal en la vida moderna. Esto es
cierto para los ricos y para los pobres, para los solitarios y para las
personas muy sociables.
¿Cómo romper este círculo
vicioso del deseo incumplido? Muchas tradiciones espirituales interpretan el
deseo como contraproducente, algo que debemos conquistar para poder
experimentar la realización. Otras escuelas de pensamiento, tales como la del
pensamiento positivo, consideran que el cumplir nuestros deseos es el objetivo
de nuestro trabajo espiritual. Propongo un enfoque alternativo: abrazar tus
deseos, para poder ver a través de ellos.
Cuando negamos un deseo,
éste se hace más grande. Todos sabemos en qué comenzaremos a pensar si se nos
dice que no pensemos en un elefante. Del mismo modo, si se nos antoja un pedazo
de pastel de chocolate y nos decimos que no deberíamos comerlo, el pastel de
chocolate surgirá desde cada rincón de nuestra mente. Sin embargo también es
cierto que si queremos experimentar plenitud interior, tenemos que aprender a
trascender los caprichos volubles de la mente, que fluctúan constantemente en
un ciclo interminable de altos y bajos, decepciones y logros, éxitos y
fracasos.
La realización espiritual
es el mayor deseo del corazón. Así como un adulto ya no está interesado en los
juguetes que a un niño le parecen fascinantes, el probar un poquito del
amor-conciencia hace que los demás deseos se sientan insignificantes en
comparación. Por lo que, no es negando el deseo que encontraremos la
liberación, sino descubriendo nuestro deseo más puro y verdadero. Una vez que
hacemos esto, los deseos obsesivos y la necesidad de satisfacción externa
pierden naturalmente su poder.
Cualquier intento de
liberarnos de nuestros deseos a través del intelecto resultará en negación,
pues a pesar de que intelectualmente intentemos dejarlo ir, el sistema de
soporte de nuestra matrix personal nos controla desde un nivel mucho más
profundo. Podemos convencernos de que realmente no necesitamos un auto nuevo
diciéndonos que pronto nos cansaremos de él y vamos a querer salir detrás de un
modelo más nuevo, pero aunque podamos entender esto intelectualmente, el
sentimiento de escasez que impulsa ese deseo no proviene del intelecto, sino de
un espacio mas profundo, un lugar donde nos sentimos incompletos dentro de
nosotros mismos, donde sentimos que algo nos está faltando. A pesar de que el
deseo no está actuando, el ansia sigue estando allí, influenciando nuestra vida
en formas que ni siquiera nos damos cuenta: manifestándose como otros deseos o
sentimientos de carencia, obsesión o necesidad.
Esto se hace más evidente
en situaciones extremas, tales como el abuso de sustancias. Un alcohólico puede
ser consciente del daño que se inflige a sí mismo y a sus seres queridos, sin
embargo, sigue eligiendo el mismo comportamiento destructivo. ¿Por qué? Porque,
aunque es consciente de las consecuencias, de manera inconsciente siente que no
merece nada mejor, y ahí está la adicción más profunda: al sufrimiento y a la
culpa, una carga emocional que gana por sobre el pensamiento racional.
Intelectualmente puede recordarse a si mismo de sus responsabilidades y de lo
mal que se siente al día siguiente, pero la necesidad de sufrir y de
autodestruirse es tan fuerte, que a menudo es la que gana.
El amor-conciencia es más
poderoso que nuestras programaciones subconscientes. Al elevar la vibración del
amor, alimentando esa experiencia, la luz de nuestra conciencia comienza a
brillar y las sombras de nuestras obsesiones, miedos y apegos comienzan a
desvanecerse. Seguimos elevando nuestra conciencia poco a poco hasta que la
vibración es más fuerte que la programación. Ya no sentimos que nos falta nada.
Entonces la situación se invierte. El intelecto ya no está controlando: se
convierte en un sirviente de la conciencia, una herramienta que el
amor-conciencia puede utilizar para interactuar con el mundo.
Cuando esta claridad de
percepción, de sentimiento y de acción está al servicio de tu evolución, de tu
crecimiento en amor, te regocijarás con los resultados de tu creación momento a
momento, pues todo eso traerá dicha y paz en cada acción, desde tu corazón.
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