Las demandas
del día a día, el hacer y el responder a lo que cada momento trae y que no
teníamos previsto, a veces nos superan.
También las necesidades de los
que nos rodean y nuestro permanente tratar de servir, ya que básicamente
nuestros corazones vibran con esa energía. ¿Te sucede eso? ¿O tal vez te
frustras por no recibir lo que esperas, o estás cansada ya y sientes un rechazo
por todo lo que venga hacia ti? ¿Te sucede? Bien, pero no se trata de quedarse
en ese punto, uno puede crecer más allá, abrirse, y encontrar esa fuente de
amor incondicional que está dentro de cada uno.
El dar es la acción más
dichosa que existe cuando se realiza desde el amor incondicional, sin reproche
ni resentimiento alguno. Pero a menudo nos forzamos a hacer lo que debemos, lo
que se espera de nosotras, no lo que sentimos.
Normalmente, si estamos
muy sensibles, emocionales o vulnerables, lo identificamos con debilidad y
tratamos de hacerlo a un lado, de ignorarlo y continuar con lo que tenemos que
hacer. Las obligaciones son el motor y nuestro intelecto nos bombardea con
órdenes, que son la gasolina de ese motor.
Pero ignoramos lo que vibra dentro
de nosotros, y con el tiempo enfrentamos consecuencias, como los diagnósticos
de problemas psicosomáticos, dolencias, comportamientos fuera de control ante
los hijos enfrentando las cosas con cero paciencia, intolerancia absoluta ante
las dificultades que la pareja o los compañeros puedan transmitir. ¿Por qué?
Porque nos hemos abandonado totalmente a nosotros mismos y no escuchamos a
nuestro propio sentir, y ahora la consecuencia es que hay un NO absoluto a todo
lo demás. La energía de eso que sentimos va a algún lugar, y generalmente es a
un ámbito interno reprimido, pero muy silenciosamente activo.
¿Cómo puedo
modificar esto, cómo puedo abrir las avenidas para escucharme cada vez más y
mejor? ¿Cómo puedo lograr cambiar y así escuchar a los otros tal como son? El
primer paso es darnos cuenta, darnos cuenta que la repetición de lo mismo nos
lleva siempre al mismo lugar y termina siempre en sufrimiento, y que esto lo
puedo cambiar.
Lo puedo cambiar comenzando a no hacer las mismas cosas
robóticas y repetitivas, y es aquí donde lo que sentimos contribuye, dándole
los colores al paisaje interior, y así comenzamos a saber. Comienzo a saber que
esto me gusta y esto otro me genera rechazo, y que cada vez que hago lo que me
genera rechazo, porque "debo" hacerlo, termino sintiéndome mal.
Entonces comienzo a ver que en realidad no confío en mi misma, pues no me
respeto, no confío en lo que me dice que sí, en lo que me gusta, y voy a lo que
me dice que "debo" ir o hacer.
La próxima vez que tenga esta opción
puedo, en una acción de amor y respeto interno, probar cómo es hacer lo que
siento que sí me gusta, y sintiendo, notar la diferencia, y tal vez descubra
que no me lleva a un camino de dolor, ni arrepentimiento, ni sufrimiento, sino
que fue simplemente bueno, y que hay un sentimiento rico, como de
agradecimiento en el corazón, algo tibio, plácido y silencioso, y que esa
sensación me acompaña y además me enseña y fortalece mi brújula interior, mi
corazón.
Es más, tal vez me haya dejado una sonrisa dibujada allí, y tal vez
yo pueda comenzar a percibir y decidir más a través de ese lugar. No hay nada
que perder y hay un mundo desconocido por abrazar... ¿Te animas? Y ésta es una
invitación a cambiar, a modificarnos con el crecimiento, a permanentemente
actualizar lo que sentimos con nuestras relaciones, no caer en respuestas
automáticas que aprendimos en otro siglo y que repetimos, por ejemplo cuando un
hijo o un nieto nos trae su visión o su experiencia de hoy.
Cuando veas que
usas esos NO automáticos en forma totalmente irracional y no permites que la
vida te toque, para y siente. Lo conocido nos hace sentir seguros, y la
seguridad nos da la ilusión de comodidad, de lugar confortable donde tenemos
control sobre las cosas, pero que no es más que eso: una ventana distorsionada
por su suciedad y que atribuye la percepción de todo a lo que ve a través de
ella. Limpiemos la ventana de nuestra percepción, elijamos ahora, amemos nuestras
elecciones en cada acción, y cuando no nos sirven, animémonos a cambiar.
Es
aquí donde otorgamos el poder a otro viejo inquilino que parece tomar el
control de todo: el apego. El apego a eso aprendido como algo seguro - que no
siempre es la alternativa más inteligente -, el apego a ser apreciada por lo
que hacemos y que en realidad nunca sucede y entonces nos sentimos no
valoradas.
Todas éstas son rigideces que condicionan nuestro sentir y nuestra
percepción, como decía antes. Podemos recordar que se puede, que la vida es
como un gran patio de juegos donde podemos explorar, aprender, cambiar y
cambiar, y elegir cambiar más, hasta que lo único que permanezca en uno mismo
sea la felicidad. Somos lo que eligimos, elijamos el amor.
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